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martes, 19 de julio de 2016

Cambiadores, Baldomero Lillo

Cambiador o guardagujas en la estación de Atocha-Madrid
Imagen obtenida en Internet





Título: Cambiadores

Autor: Baldomero Lillo

Género: Relato





Se trata de un relato corto de apenas cuatro páginas y escrito en primera persona, como si autor y narrador hubieran vivido aquellos hechos que se describen.
Dentro de lo real que pueda ser o parecer la historia, hay un “descarrilamiento fantástico” que también hace que la fábula lo parezca y el relato sea de los llamados realistas, porque el caso que se cuenta pudo ser real y, dentro de esa realidad, hay un hecho fantástico como es la repetición del mismo.
El autor, con un lenguaje preciso, bastante actual, narra la historia de los “Cambiadores” o “guardagujas”, esos hombres, esos empleados que tienen a su cargo el manejo de las agujas en los cambios de vía de los ferrocarriles, para que cada tren marche por la que le corresponde. Un trabajo de importancia y de mucha responsabilidad.
El protagonista es ese narrador, esa voz en primera persona que les cede, a su vez, el protagonismo a “los cambiadores” al convertirlos en el centro de su alocución.
Parece que en el texto hay pocos personajes pero, en una lectura tranquila, se ve que está plagado de individuos, casi todos extras, o personajes en segundo plano, pero muy variados:
- El protagonista-narrador y, para mí que, ese “escritorzuelo” que se menciona, es también el mismísimo narrador.
- Cambiadores-guardagujas.
- “La simpática amiga y compañera de viaje”, interlocutora del narrador a quien no se “ve”, porque no está descrita, pero sí se “escucha” ya que mantienen un breve diálogo. Esa “amiga de viaje”, a quien tilda de “simpática”, que bien puede tratarse de un juicio de valor al calificarla porque, en el fondo, ¿se conocen? Se da por supuesto que no, que es la primera vez que se ven y su conversación es un poco para romper el hielo y la monotonía del viaje. Además con esa forma de conceptuarla: “simpática amiga”, es como si hablara de una jovencita, casi niña, que no conoce ni siquiera qué son los cambiadores.
- El telegrafista, jefe de estación, maquinista o conductor de tren (todos nombrados de una manera casual e imprecisa).
- Los viajeros.
- Los “supuestos” hijos del cambiador.
- Algunos ancianos “que cuentan […]”
- Los últimos empleados de la línea férrea: palanqueros, aceiteros, o carrilanos.
- El cambiador, la mujer y los hijos (toma forma de familia). En un momento determinado el cambiador pasa a ser “padre” y la mujer toma consistencia de “esposa y madre” (Pág. 3).
- Los supuestos hijos del principio, “aseados y que van a la escuela”, pasan a ser niños haraposos y hambrientos.
- Un funcionario que parece el jefe de estación con el que habla el narrador al final y que da la nota “cómica”, mejor mordaz e hiperbólica por lo exagerada al hablar del cambiador que causó el choque de trenes.

En cuanto a las figuras retóricas nos encontramos con:

- Enumeración: “En el cuarto, una pocilga estrecha y sucia […]”. “[…] siendo palanqueros, aceitadores o carrilanos […]”. “[…] además de ser sordo, es tuerto de un ojo, zunco de un brazo, cojo de una pierna y está borracho como una cuba”.
- Oxímoron: “El marido y padre, con una rabia sorda […]”

- Metáfora: “…el guardagujas […] puede sembrar la muerte y la destrucción con la celeridad del rayo”. “Una trepidación sorda conmovió la casucha”.

- Comparaciones: “[…] el cambiador, asido a la barra del cambio, es como un artillero que oprime aún el disparador y observa la trayectoria del proyectil”. “[…] como un alud que se descuelga de la montaña”. “[…] se lanzó como un loco con las manos en los oídos”. “[…] el tremendo crujido del choque lo alcanzó cuando saltaba una zanja y con él los gritos y lamentos de los moribundos”. “Algo insólito me cortó la palabra y salí del asiento disparado como por una catapulta”.

- Hipérboles: “Ahora gana la delantera a los que lo persiguen, pero no se aflija usted porque pronto le darán alcance, pues además de ser sordo, es tuerto de un ojo, zunco de un brazo, cojo de una pierna y está borracho como una cuba”. (Esta frase, además mordaz e hiperbólica, es una enumeración de las “peculiaridades” de ese cambiador causante del choque).

- Personificación: “Cuando las ruedas del bogue de la locomotora muerden la aguja del desvío…”. “[…] en esos días tan tristes para los que ganan poco salario […]”. “[…] que le mordía el alma, […]”. “[…] la tristeza de su hogar […]”. “[…] los párpados pugnaban por caer sobre sus ojos soñolientos”. “[…] haciendo bailar sobre los rieles la enorme mole de la máquina […]”.

- Disfemismo: “No hay ejemplo de que un cambiador sea culpable de un accidente, como el que relata el escritorzuelo trasnochado, autor de ese libro”.

- Analepsis: “Fue a fines de mes […]”


Opinión personal.- Para mí se trata de un texto metafórico, con un doble sentido que comienza desde el mismo título. Según la Real Academia de la Lengua el vocablo “cambiador” tiene distintos significados:

cambiador, ra.
1. adj. Que cambia.
2. m. Manta pequeña, de tela o plástico, sobre la que se cambia el pañal a los bebés.
3. m. Chile y Méx. guardagujas. (1. com. Empleado que tiene a su cargo el manejo de las agujas en los cambios de vía de los ferrocarriles, para que cada tren marche por la vía que le corresponde.)
4. m. Chile. En las máquinas, pieza que sirve para mudar la cuerda o correa de la polea fija a la mudable y viceversa.
5. m. ant. cambista. cambista. 1. com. Persona que cambia (moneda).
2. m. banquero (jefe de una casa de banca).


En castellano un “cambiador” es alguien o algo “que cambia” (en el punto 5 se trata de “cambista o banquero”, que también podría estar enfocado por ese camino el título, ya que se da mucha importancia al salario del guardagujas quien, dependiendo de que sea digno o no, así será su vida: modesta pero intachable, o un infierno).
Indudablemente, a lo largo de la lectura, hay cambios de opinión por parte del narrador protagonista, y cambios de actitud de los “cambiadores”:
- Cambia de parecer el narrador quien, en un primer momento elogia el trabajo de “los cambiadores”, personas cabales, dignas, con un buen salario y una familia, aunque modesta, respetable. No beben ni pierden el tiempo en la taberna, en todo momento son responsables de sus actos [Pág. 2]. Existe una reflexión plena de entusiasmo por parte del narrador al hablar de los guardagujas. Es como si quien habla se hubiera dedicado a recibir una terapia en la que, de lo que se trató, fue de: o bien olvidar un hecho grave, el choque de trenes; o bien, no odiar a quien lo causó, de ahí esa manera de elogiarlo que parece casi aprendido de memoria.

Ha de saber usted -comencé, esforzando la voz para dominar el ruido del tren lanzado a todo vapor- que un guardagujas pertenece a un personal escogido y seleccionado escrupulosamente. Y es muy natural y lógico que así sea, pues la responsabilidad que afecta al telegrafista o jefe de estación, al conductor o maquinista del tren, es enorme, no es menor la que afecta a un guardagujas, con la diferencia de que si los primeros cometen un error puede éste, muchas veces, ser reparado a tiempo; mientras que una omisión, un descuido del cambiador es siempre fatal, irremediable. Un telegrafista puede enmendar el yerro de un telegrama, un jefe de estación dar contraorden a un mandato equivocado, y un maquinista que no ve una señal puede detener, si aún es tiempo, la marcha del tren y evitar un desastre, pero el cambiador, una vez ejecutada la falsa maniobra, no puede volver atrás.”

- Cambia de nuevo el discurso el narrador. En la página tres, y poniendo esa opinión en boca de otros dice de estos trabajadores: 

“-Voy a decirle a usted. Cambiadores ha habido siempre, pero, y por inverosímil que esto parezca, no se le daba antes al oficio la importancia que merecía. Parece mentira, pero así lo aseguran algunos ancianos, de que los cambiadores se reclutaban en un tiempo entre los últimos empleados de la línea férrea. Eran casi siempre inválidos o lisiados que, siendo palanqueros, aceitadores o carrilanos, habían perdido un brazo o una pierna, gente buena si se quiere, pero que por su índole, condición, y la miserable paga que recibían, eran gran parte inhábiles para la delicada tarea que exige, antes de todo, conciencia del deber, serenidad y nervios tranquilos. […]”.

¿Será que se le ha agotado la paciencia o que, al ver próxima la estación de Tinguiririca se le avivan los recuerdos y a los que atrae es a los malos?

En cuanto al final del relato yo lo veo como algo obsesivo. Le doy dos explicaciones:
1.- Algo que, en realidad sucedió, y que vuelve a la mente del narrador de manera reiterada, quizá cada vez que viaja en tren y que, como colofón de su viaje, ve siempre ante sí la noticia horrible del desastre sucedido en Tinguiririca, escrito en los gruesos caracteres” del periódico “El Mercurio”.
2.- Quizás se trate de un hecho que, al igual que el mundo que gira y siempre llega al mismo punto, se repite de manera precisa cada cierto tiempo y que esta persona lo vive en una espiral sin fin.

¿Quién sabe cuál fue, en realidad, la intención del autor al terminarlo de esta forma? Se trata de un final casi “en corte de manga”. Que cada lector imagine lo que mejor le parezca o que se rompa la cabeza elucubrando qué quiso decir.

De todos modos, para mí, se trata de un relato interesante que se lee rápido pero al que hay que volver para exprimirle todo su jugo. Cuanto más se lee más cosas se encuentran que, en un vistazo anterior, pasaron desapercibidas.





Baldomero Lillo Figueroa (Lota, 6 de enero de 1867-San Bernardo, 10 de septiembre de 1923) fue un cuentista chileno, considerado el maestro del género del realismo social en su país. Fue hermano de Samuel Lillo, otro escritor chileno, ganador del Premio Nacional de Literatura en 1947.
Gracias a las experiencias acumuladas en las minas de carbón pudo escribir una de sus obras más famosas Subterra, que retrata la vida de los mineros de Lota, y en particular en la mina Chiflón del Diablo.

Entre sus lecturas se encontraban Benito Pérez Galdós, Pereda, Fiódor Dostoyevski, Tolstoi, Emile Zola, a quien admiraba profundamente y Guy de Maupassant, de este último destacaba su capacidad para unir en forma artística lo triste y lo jocoso, el don de la composición y el saber dar animación a sus historias.

Reconocimiento póstumo - Parte importante de su obra fue publicada después de su muerte.

Montes y Orlandi describen la literatura de Baldomero Lillo como representante del Realismo crítico:

Es un escritor naturalista, crítico. Pero su inclinación a la objetividad narrativa es interferida por los arranques de una imaginación exageradamente sensibilizada Los vuelos de su fantasía se agudizan a la quietud corporal a que lo obliga con frecuencia su débil contextura física. En sus críticas sociales, defensas emotivas más que discursivas de las clases populares,se complace en cuadros agobiadoramente dolorosos. Caricaturiza la realidad para patentizar las injusticias de los poderosos. Se ensaña contra la sensibilidad pública al destilar horror gota a gota. Sin embargo, no es detallista: se limita a acentuar los rasgos más sobresalientes de los paisajes o de las personas.
Montes y Orlandi, 1821

En el año 2003 el cineasta chileno Marcelo Ferrari realiza un importante esfuerzo para llevar al cine algunos de los cuentos de Subterra, dando a lugar a la película del mismo nombre, Subterra, obra que costó más de un millón de dólares y que fue filmada en las locaciones originales retratadas por el libro.

Obras Libros

1904 - Subterra
1907 - Sub sole'
1947 - Relatos Populares
1956 - El hallazgo y otros cuentos del mar
1964 - Pesquisa trágica

Traducciones
1959 - The Devils and Other Stories (Pan American Union, Washington D.C.)
2008 - A alma da máquina (Tradução de Gleiton Lentz. Desterro: Edições Nephelibata)

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